Por Mauro Baptista Vedia.
En los tiempos en que el cine existía, más de una vez una crítica cinematográfica o un comentario me provocó un gran impacto sin haber visto la película que había generado el texto o el comentario. A partir del reconocimiento de este impacto conceptual, opté por seguir sin ver el film en cuestión.
E intenté aplicar lo que aprendí de ese impacto a las cosas que realicé, sea un film, una obra de teatro o un texto. Así me pasó cuando, hace tiempo, entrevistando en los años 90 al crítico y cineasta inglés Peter Wollen (guionista de El Pasajero de Michelangelo Antonioni), me habló de la película experimental Blue (Derek Jarman), que consistía en una pantalla de color azul, todo el tiempo, y la narración de Jarman y otros. Cuando hice mi documental Ariel, sobre mi padre, en seguida a su fallecimiento, intercalé las pocas fotos familiares de mi viejo que poseía, con la pantalla en negro y mi narración. Nunca vi el film de Derek Jarman, realizado en 1993, cuando el cineasta ya estaba muriendo de Sida.
Otro shock conceptual fuerte me provocó el texto El travelling de Kapo, en el que el crítico francés Serge Daney reflexiona sobre ética y arte en la película del italiano Gilo Pontecorvo, sin haberla visto, a partir de una crítica de Jacques Rivette de 1961. Daney, un crítico extraordinario de cine, tenía una pasión nada secreta por el tenis y publicó, en el diario Liberation, entre 1980 y 1990, varios ensayos sobre tal deporte, en el que reflexionaba sobre Borg, Vilas, Connors y partidos épicos como la final Lendl- Mc Enroe en el Roland Garros de 1984, sin recurrir a números ni estadísticas. Compré en Paris el libro que recopila todos sus textos, llamado L´amateur de tennis, al que guardo en mi biblioteca con bastante más cariño que varios que tratan sobre cine.
Si Serge Daney escribió un texto magistral como El travelling de Kapo, sin haber visto el film de Pontecorvo, yo escribiré sobre la performance de Novak Djokovic en las Olimpiadas sin haber visto ninguno de sus partidos. Al desarrollarse en Japón, las transmisiones en vivo acostumbran ser de madrugada. Y si a eso le agregamos uno de los inviernos más fríos de los últimos años, el lector entenderá perfectamente porque no vi los partidos, optando por el sueño reparador en la sana compañía de felinos.
El mundo del deporte pareció sorprenderse por la derrota del tenista serbio Novak Djokovic, reciente vencedor de los Gran Slam de Roland Garros y Wimbledon, en las semifinales de las Olimpiadas de Japón, frente al alemán Alexander Zverev. La prensa enfatizó todavía más el fracaso del serbio en la derrota contra el español Pablo Carreño Busta, por la medalla de bronce. Ninguna de estas derrotas nos debería sorprender, querido lector. Djokovic llegó a su límite como atleta; un límite, arriesgo aquí a decir, esencialmente mental. Mental y humano. Nada retira los méritos de Zverev, que ya le había ganado al serbio una final del torneo Masters en 2018, y de Carreño Busta, contrincante contra el cual Djokovic había quedado eliminado en el US Open de 2020 cuando, irritado, tiró una pelota que accidentalmente le pegó en la garganta a una jueza de línea. Ya en Wimbledon, fue visible la tensión de Djokovic en las semifinales y finales del torneo, por saber el momento especial que enfrentaba. En la Olimpiada, Novak había demostrado más de una vez estar, como se dice en Uruguay, “pasado de rosca”; demasiado concentrado, tenso, asertivo, en sus objetivos. En un artículo publicado en el número pasado de esta revista, definí al tenista serbio como un atleta mental, y describo como jugaba bien los puntos importantes, como hacía yoga y meditaba, como tenía una dieta vegetariana y sin gluten y una rutina de estar 24 horas por día concentrado en el objetivo de ser el mejor. Todo tiene un límite. Y la mente y, arriesgaría a decir, querido lector, el alma, del serbio, dijeron basta.
A mucha gente le irrita Djokovic y su postura demasiado asertiva, arrogante, sin entender el contexto. Djokovic llegó al tenis cuando el público ya se había dividido en hincha de Federer o de Nadal. Y hace más de diez años que el serbio es el mejor y enfrenta estadios con una tribuna que en general está en su contra. El altísimo nivel de Federer y Nadal llevó a Djokovic o a perfeccionarse cada vez más: táctica, física, mental y técnicamente. El tener a la “hinchada” en contra, lo llevó a fortalecerse mentalmente al extremo. Ser un atleta de ese nivel implica pagar precios que la inmensa mayoría de la población no quiere pagar.
Cuenta la historia que Bjorn Borg, el llamado hombre de hielo, se retiró a la edad de 26 años, porque no aguantaba más la presión de ser el número 1 del tenis y tener que ser ese jugador frío, impasible. Cuando Mc Enroe lo derrotó en Wimbledon en 1981, Borg utilizó esa derrota como pretexto para abandonar el deporte. Más tarde, Borg tuvo problemas con drogas.
John Mc Enroe, inteligente y carismático, se relacionaba con la presión de ser un número 1 del tenis de una forma muy peculiar: agresivo, espontáneo, mal educado, explosivo, sus escenas de rabia relativizan bastante las críticas a las escenas similares de Djoko en estas Olimpiadas. Eran otros tiempos, más libres, menos políticamente correctos y Mc Enroe era y es estadounidense, no de un pequeño país de Europa, sin peso político.
Jimmy Connors era otro ejemplo del estilo abiertamente agresivo estadounidense, más franco y previsible que Mc Enroe. Él y Mc Enroe se detestan hasta estos días. Connors siempre dijo que no podía jugar bien contra el rumano Ilie Nastase, porque eran amigos y el tenista europeo, un príncipe en las canchas, le hacía reír y por tanto, le disminuía el instinto matador. Connors ganó las finales del Abierto del US Open en 1982 y 1983, contra Ivan Lendl, “metiendo la pesada”, aprovechando su condición de local. Cuando, años más tarde, muy veterano, Connors llega a semifinales del Abierto, en un punto discutido, llega frente al juez y le increpa, “acá estoy, a los 39 años de edad, ¿y cobrás esto?”.
Vilas cuenta, en la serie documental exhibida en Netflix, que en los años setenta, en medio de los torneos, la gran diversión que se permitían él y su amigo Borg, era comer un yogurt juntos en la cama del hotel viendo televisión. Pete Sampras se retiró a los 30 y pocos años de edad, después de haber ganado 14 torneos de Grand Slam, tras haber perdido dos finales consecutivas del Abierto de Estados Unidos. Estaba en condiciones de competir por títulos durante algunos años más, pero declaró que no aguantaba más la vida austera y militar de aviones, viajes, hoteles, entrenamientos y dietas estrictas, con escasísimo tiempo para su vida personal. Recién casado con la actriz Bridget Wilson, se retiró para poder vivir y ocuparse de sí mismo. André Agassi deja claro en su biografía, una verdadera obra maestra de la literatura mundial, que odiaba el tenis, deporte al que fue obligado a practicar por su padre. Desperdició varios de sus mejores años de su juventud por no tener fuerza mental y sabotearse en las finales, tuvo un casamiento famoso y fracasado con la actriz Brooke Shields en el medio de su carrera, hasta que se encontró a los 29 años al casarse con Steffi Graff, una de las mayores tenistas de la historia. Entre los 29 y los 35 años, con el apoyo fundamental de Graff, Agassi ganó muchos más torneos que antes. Se retiró con dificultades para caminar, con grandes dolores de espalda, y reveló en su biografía, que jugó muchas veces a base de remedios contra el lumbago y terribles dolores de espalda.
Novak Djokovic acostumbra tener estos bajones en los segundos semestres de cada año. En general, arranca todos los años a toda velocidad, gana el abierto de Australia, hace toda la temporada de tierra batida (Roma, Montecarlo, Madrid) e intenta ganar Roland Garros, feudo de Rafael Nadal; compite en altísimo nivel en Wimbledon, donde ganó seis torneos en 10 años y perdió una final con Murray, y tiene más dificultades para seguir en altísimo nivel en el segundo semestre. En 2016, después de ganar Roland Garros, coronando un año y medio de conquistas, Djokovic tuvo una fuerte caída en su nivel. En el segundo semestre del año de 2017, se retiró para cuidar de una lesión y sólo volvió en el año de 2018. Los ataques de rabia, las escenas de descontrol, los gritos excesivos de autoconfianza, apenas revelan que Novak Djokovic es humano y falible y que sintió el peso del récord que podría lograr si vencía la olimpiada. Su principal rival fue la historia y él mismo, Novak Djokovic. Contra Zverev, los principales errores del serbio vinieron de su drive, señal de tensión y falta de confianza. Novak Djokovic debería retirarse un tiempo, descansar, meditar, olvidarse de cifras, récords, metas, si es que esto es posible, para así retornar e intentar ganar el abierto del US Open. Lo principal debería ser aislarse y no leer nada sobre sí mismo ni sobre tenis. Obligarse a no tener celular ni computador, lujo que los extremamente ricos, como él, pueden darse. Y no leer nada sobre tenis. Absolutamente nada. Incluido claro, este breve ensayo, aquí publicado. Igual que yo hice con las películas de Pontecorvo y Jarman.
Publicado originalmente na Revista Extramuros, em 1 de agosto de 2021. A fotografia foi reproduzida da mesma fonte.