Por Mauro Baptista Vedia.
¿Es posible, querido lector, revivir a los Beatles, verlos y disfrutarlos hoy como si estuviéramos en los años sesenta? ¿Es posible entrar en una máquina del tiempo y ver a los cuatro músicos de Liverpool como si fueran jóvenes hoy?
Cuando oí hablar de la serie Get Back de Peter Jackson pensé, naturalmente, que vería a Los Beatles en imágenes con texturas clásicas de los años sesenta: un blanco y negro de una película de Godard de los sesenta; o colores levemente pálidos como presentan tantas películas de los sesenta, o, porque no, en imágenes con el grano y la pigmentación típica de las tantas películas sobre recitales de rock, filmadas con cámara en la mano y en negativo 16 milímetros y ampliado a 35 milímetros, tiempos del llamado Cine Directo. A esta última posibilidad, pertenecen, por ejemplo, los recitales de Led Zeppelin recuperados por Jimmy Page y relanzados en DVD triple en 2003; vemos Plant, Bonham, Jones y Jimmy en recitales que también nunca pensamos que sería posible ver, pero la textura, la atmósfera, el “aura” de las imágenes dejan claro que aquello ya pasó; que el “golden god” Robert Plant revolviendo su melena en 1975, forma parte inexorablemente del pasado. Y a pesar de que esos conciertos zepelinianos son antológicos, nuestra experiencia como espectador no llega ni siquiera cerca del éxtasis de aquellas sesiones de medianoche del largometraje del grupo, La Canción es la Misma, que acostumbraba ser proyectado en una pantalla grande los sábados por la noche en un antiguo cine montevideano que ya no existe.
Porque The Song Remains the Same era filmada en película 35 milímetros y proyectada en película 35 milímetros, con la alta calidad de imagen y de sonido que proporciona el 35 mm. Y digo más, quien tuvo la suerte de estar en un show de Page y Plant en los 90, sea en Buenos Aires (muchos uruguayos), Sao Paulo o Los Angeles, prefiere ese recuerdo de la dupla ya cincuentona, al DVD lanzado en el 2003.
Cambiemos de divinidades. Volvamos a los dioses de Liverpool. Get Back es mucho más que una serie, es más que un documental; es una máquina tiempo audiovisual, adictiva e “inmersiva”, que produce el efecto que escenas filmadas en 1969 parezcan acontecer hoy, en el tiempo presente. En esta serie sentimos, como espectadores, la posibilidad realidad de la existencia de tiempos paralelos, es virtualidad de la que tanto se habla a partir de la teoría de la relatividad, aquello que siempre es asunto de tantas charlas de café o conferencias y que acostumbramos asentir con la cabeza y decir “claro, sin duda, el tiempo es relativo”, cuando en realidad lamentamos con rabia y tristeza que, en la práctica, nunca más podemos volver en el tiempo, no vamos a ver jugar a Pedro Virgilio Rocha en el Peñarol del 66, si somos aurinegros, o tampoco vamos a ver a Luis Cubilla haciendo dibujos y poniéndole un centro en la cabeza a Artime, si somos tricolores.
Esa es la verdad, el tiempo pasa rápido, vivimos apenas en el presente, extrañamos nuestros muertos y momentos del pasado y no hay manera de revivir lo que pasó, inclusive aquel momento en que nos cruzamos con un miembro del sexo opuesto en un aeropuerto, intercambiamos sonrisas y algún chiste, y antes de cambiar teléfonos, nos separamos.
Get Back logra ser una maravillosa máquina del tiempo. Y logra que veamos a nuestros queridos John, Paul, George y Ringo, jóvenes, como si aún hoy lo fueran. Ese es el primer y fundamental logro de esta serie de más de siete horas producida por Paul, Ringo, Yoko y Olivia Harrison. Todo esto gracias al talento y a la tecnología que Peter Jackson desarrolló (al punto haber vendido su compañía especializada en esa tecnología de pos producción, finalización, efectos, o sea, su máquina del tiempo, en más de mil millones de dólares).
Peter Jackson y su equipo nos introducen en una máquina del tiempo londinense (o sería un “Disneyword beatle”), constituido por horas y horas de escenas del cotidiano creativo del grupo que son geniales, banales, íntimas, excepcionales, inesperadas y esperadas, e insisto, adictivas, viciantes.
Cuanto más escribo “máquina del tiempo en Londres”, más me acuerdo de una pequeña joya cinematográfica llamada Los Pasajeros del tiempo (Time after time, Nicholas Meyer, 1979), donde, en la Londres de 1893, Jack el destripador (David Warner) entra en una máquina del tiempo creada por el joven escritor HG Wells (Malcom Mc Dowell) y se proyecta al futuro, y el escritor persigue el asesino. El apellido Wells, querido lector, me lleva a Orson Welles, genio total del cine y del teatro que, según descubrí en estos días, parece ser el padre biológico de Michael Lindsay Hogg, el director de Let it Be, el documental de 1970, hoy personaje de la serie Get Back y el principal responsable por haber filmado las 60 horas de ensayos y el recital en la azotea de los “fab four”. Negativos que fueron recuperados en 2003, después de haber sido robados y vendidos por un empleado de la Apple, la compañía fundada por los Beatles.
En la serie de Jackson, vehiculizada por el streaming de la Disney, cuanto más vemos, más queremos ver, cuanto más oímos, más queremos oír (solo la conversación secreta entre Paul y John cuando hablan de George es un regalo de Dios). Las frecuentes preguntas que solemos tener frente a una película, herederas del modelo del cine clásico (de qué trata, cuándo va pasar algo importante, quién es el “malo”, para donde va esto) desaparecen o pierden importancia. Get Back es, en ese sentido, heredera de la tradición del cine de arte y del cine moderno de los sesenta, de los documentales observacionales de Fredric Wiseman y de su concepto de que la cámara es una mosca en la pared. Se parte de la premisa que cuando se filma un grupo de personas varias horas al día, durante mucho tiempo, al segundo, tercer día, las personas dejan de cuidarse o actuar y empiezan a ser ellas mismas. Eso es lo que ocurre en Get Back cuyas filmaciones ocuparon cerca de un mes.
En este film, en particular, el que escribe estas páginas, se deleitó, por ejemplo, con la barba espesa negra de Paul, con Ringo y su saco rojo brillante, con el particular timbre de voz de George cuando pide más espacio en el grupo, con los ojos rojizos de John y su pelo no muy limpio, con la elegancia de Yoko, con Heather, la hija de Linda Eastman de su anterior casamiento, y sus juegos, con la clase de George Martin, con los ingenieros de sonido, con las charlas sobre el proyecto entre Paul, Lindsay Hogg y otros integrantes…, fundamentalmente, con los ensayos del grupo, las improvisaciones, los chistes, con uno y otro Beatle tocando diversos instrumentos.
Es algo muy personal, querido lector, cada uno de los millones de espectadores tendrá sus momentos favoritos, porque este documental está así pensado y montado, no hay escenas notoriamente más importantes que otras, salvo una u otra, necesarias para establecer cierta narrativa, algo de dramaturgia (que existe, claro) en las siete horas: el abandono de la banda de un integrante, su vuelta, donde hacen el concierto final o si lo hacen, eventuales conversaciones sobre el fin de la banda. Narrativa insisto típica del cine moderno, del drama moderno, de las pequeñas cosas, de los hechos aparentemente intranscendentes, algo que empezó con Anton Tchekov en “La gaviota”.
Hay varios momentos de éxtasis casi místico que, vuelvo a decir, el simple mortal espectador nunca pensó que podría ver en esta vida, como, por ejemplo, cuando Paul empieza a “zapear” algo, que se le ocurrió el día anterior y vemos nacer la canción “Get Back”; o cuando vemos a George y Paul ayudando a John con los arreglos de “Don´t let me down”; o cuando George presenta su maravillosa canción “All thing must pass”, que sería posteriormente el título de su álbum triple, cuando John y Paul agarran los instrumentos, y se entienden sin decir nada. Frente a todo lo que se habló en relación a la ruptura del grupo y a la visión sombría del documental de 1970, llama la atención la cantidad de escenas que muestran la amistad y el respeto entre los cuatro: cuando Paul le dice al director que no van a viajar al exterior porque Ringo no quiere viajar; cuando tocan y tocan y tocan, cuando George dice que “Get Back” tiene que ser el “sencillo” de la banda; e insisto, los instantes en que John y Paul se miran a los ojos, y vemos la sintonía de los amigos desde la temprana adolescencia.
Nuestro punto de vista sobre Los Beatles en aquella fase cambia bastante en relación a las visiones que destacaban la tensión y los conflictos que resultarían en el fin del grupo. El largometraje Let i Be de Lindsay Hogg fue editado y lanzado ya llevando en cuenta el fin del grupo. Naturalmente, el director, que tuvo presiones mucho más grandes que Jackson, debe haberse visto influenciado por esto y el resultado fue un film amargo, sombrío, que fue un fracaso desde todo punto de vista. Alguien puede argumentar que con 60 horas de material y 150 horas de material sonoro Jackson tomó decisiones e impuso su visión de forma. Eso es lógico que pasa y si no fuera así no habría una serie tan buena. Por qué tal vez Jackson tenga razón? La primera razón es muy simple, en lugar de un largometraje de una hora y media, Jackson nos presenta, gracias al streaming, una serie de más de siete horas. Cuanto más se muestra, menos se oculta; por si fuera poco, se anuncia futuramente el corte del director, con 18 horas de duración. ¿18 horas de duración? ¿Alguien querrá verlo? Yo sí.
Algo fascinante de esta serie de Jackson es que logró cambiar la perspectiva que los dos integrantes todavía vivos del grupo. Tal vez por la ruptura que ocurrió tiempo después, los recuerdos eran amargos, aun hoy para Paul y Ringo. Recuerdo triste y sombrío compartido por John y George. Cada uno tenía sus propias razones para lamentar las filmaciones de 1969: Paul era el que había tenido la idea de la película y aquél más apegado al grupo, y era, así como él mismo lo dice, quien tomaba las riendas del grupo desde la muerte de Brian Epstein; John quería irse a hacer arte con Yoko Ono, no sólo música; George necesitaba y pedía más espacio creativo, su cuota de dos temas por álbum no le era suficiente; Ringo, una buena persona y un buen batero, intentaba unir a los tres. Hoy Paul y Ringo, después de ver el trabajo de Jackson, declaran estar encantados con revivir la amistad y los buenos momentos que todavía tenía el grupo. Ringo, en particular, dijo que no le gusta la película de 1970, lo cual provocó una áspera respuesta del director.
Más allá de la amistad, los buenos momentos de creación, las tensiones evidentes en el grupo, llama la atención la educación y las buenas maneras de todos los integrantes del documental. Hay que recordar que es otra época, donde la educación y el respeto eran otros, en todas partes de mundo. Hay que recordar también que son ingleses, educados con rigor, que los Beatles son proletarios que disfrutaron la combinación de la educación victoriana con el welfare state de los primeros gobiernos laboristas, no se escucha una sola mala palabra en toda la serie, ningún “fuck off”, esos que el personaje de Logan Roy en la serie Sucesión lanza varias veces por capítulo de una hora; estamos muy lejos de los personajes de las obras teatrales de David Mamet de los años setenta y ochenta y su tonelada de insultos. Hay que mirar y escuchar las entrelineas, lo no dicho. En ese sentido, es notable el silencio de George Martin, su postura de observador, como no se involucra en las filmaciones y en los arreglos de la canciones, algo que, está más que documentado, no era así en los anteriores albuns grabados en estudio. George Martin recordó en 1995 que las filmaciones eran muy tensas y que John, en particular, estaba hostil, molesto.
Como sostiene Peter Jackson el interés en sus más de siete horas de serie documental dividida en tres capítulos? Primero, lo argumentado anteriormente, la técnica empleada con los viejos negativos de 16mm hace que no se pueda hablar sólo de restauración, sino de reinvención de las imágenes. Segundo, nos deleitamos con los fondos de colores que Peter Jackson crea y proyecta en las paredes y que crean ese efecto de instalación de arte contemporánea pop. No hay como no citar aquí la influencia del teatro de Robert Wilson, Bob Wilson, gran director de teatro norteamericano cuyos primeros trabajos se remontan a los años sesenta, cuyas obras se caracterizan por fondos con colores proyectados de belleza inusual y escenarios minimalistas, luces que producen un efecto tridimensional en los actores y objetos, una dramaturgia que no tiene personajes ni tramas clásicas, sino apenas escenas que evocan sensaciones, afectos, y evocan y aluden a obras del pasado. El que aquí escribe estas líneas tuvo la suerte de ver un espectáculo hace pocos años de Bob Wilson, en Sao Paulo, con Williem Dafoe e Mijail Baryshnikov, absolutamente inolvidable, con el mismo tipo de luz y fondos de diversos colores que se funden uno en otro de la serie Get Back esto vale particularmente para la parte que ocurre en los estudios de Twickenham.
En este primer capítulo, vemos a John, Paul, George y Ringo fumar, comer, tomar cerveza, vino. Vemos quien llega antes, quien llega después, nos damos cuenta que trabajan temprano, que empiezan a las 9 de la mañana, que casi siempre John llega tarde, entre 10 y 11, que Yoko Ono está todo el tiempo pegada a John, pero que no emite palabra. Llama la atención también lo poco atractiva de la comida de paso inglesa que vemos en la serie: sándwiches, snacks, nada agradables a la vista. El espectador, en mi caso, puede tener ganas de fumar un cigarro y tomar un vino con el grupo; no de pellizcar esos infames “snacks”, definidos como duros como una roca por John. Esas imágenes nos permiten constatar algo que en aquella época era obvio: la comida no es el fuerte del Reino Unido; es una cultura del alcohol. Claro que hoy a base de globalización y mucho dinero ha cambiado y hoy en Londres se come muy bien. No era así a fines de los años sesenta.
El resultado de Get Back, repito, es notable. El trabajo de restaurar, ampliar y repensar las 60 horas de imágenes en 16 milímetros filmadas en 1969 es excepcional: vemos a John, Paul, George y Ringo como si hubieran sido filmados ayer. A su vez, Jackson trabajó con 150 horas de sonido usando técnicas digitales recientes que permiten, por ejemplo, apagar un ruido específico y dejar el resto, por ejemplo, eliminar una guitarra que encubría una conversación entre John y George. Leo que el trabajo de sincronizar sonido con imagen fue una tarea hercúlea: primero las cámaras utilizadas en 1969 perdían la sincronización bastante fácil después de un minuto de filmación; segundo, en aquel entonces, cámara y sonidistas no querían molestar a los integrantes del grupo con las clásicas “claquetas”, el objeto talvez más simbólico del cine, aquel que hoy está en muchos llaveros. Al no usar claquetas, encontrar los puntos de sincronía entre imagen y sonido es mucho más difícil.
Cinematográficamente, la cámara está casi siempre fija; se evita así la cámara en mano, que se ha transformado, frecuentemente, en un tic insufrible del cine contemporáneo, una forma de parecer “moderno” y de evitar establecer un punto de vista con la cámara, una forma de disimular que el director no sabe dónde poner la cámara. Gran parte del material de Get Back fue filmado con apenas dos cámaras, con excepción notable y lógica del famoso recital en azotea. Desde el comienzo de la serie, se notan bellísimas composiciones de cámara y planos con mucha profundidad de campo y de foco. Vemos a Paul, por ejemplo, en un primer plano con su bajo, pero también vemos el parlante que está detrás, la silla más lejos y las paredes del estudio.
La máquina del tiempo de Get Back funciona. Y funciona bien. No para transportarnos al Londres de Jack el destripador y H G Wells, pero al Londres de 1969, aquella época donde los integrantes del cuarteto entraban al estudio de Apple en plena Londres con total tranquilidad, sin ser molestados por los fans. La serie de Jackson, un notable director de documentales mucho antes de hacer la trilogía del Señor de los Anillos, es un antes y un después en la historia del cine convertido al streaming. No deja de ser notable y paradojal que sea nada menos que en el streaming de la Disney, algo que provoca resistencia en algunas personas. Que sea prácticamente un Disneyworld Beatle, que tenga una dimensión onírica muy potente que me recuerda los tiempos utópicos en que John, Paul, George y Ringo estaban vivos, estaban juntos, eran amigos, se querían y hacían la música maravillosa que hicieron y según veo en Get Back, siguen haciendo.
Publicado originalmente na Revista Extramuros, em 05 de dezembro de 2021. A fotografia foi reproduzida da mesma fonte.